Y ten en la memoria
que amar sin premio es la mayor victoria.
- María Zayas
Gustavo Adolfo tomaba descendencia
Vasa. Desde su coronación ante Dios en Uppsala con 23 años, sintió
que su misión era acabar contra toda irrupción. Semilla del
protestantismo sueco. Culpaba al católico de idolatría y ejecución
de condenas. Tanto corroía que en las calles los cristianos no
podían esconderse de la pena de muerte. En el contexto de la
imposición de la Biblia protestante, Europa era enfrentada en un
punto y aparte. La Guerra de los Treinta Años dobló el valor de su
nombre. Fauno de la juventud con aquellas.
Tras, una mujer de la comarca en
estamento plebeyo, le concluyó al conde de Vasaborg del que nunca se
ocupó. Mil seiscientos diecisiete, en el frente, la insinuación fue
placer entre Axel Baner y él.
1618, Berlín sitió al laberinto de
la flecha Finalmente, en mil seiscientos veinte, contrajo contrato
de la divina confesión a firma opaca con María Leonor de
Hohenzollern, hija de Juan Segismundo de Brandenburgo y Ana de
Prusia. Ésta estrategia era una alambrada a Polonia apuntando al
príncipe Jorge Guillermo, hermano de Maria Leonor, que atendía a
una contraria iniciativa que incentivaría a una encendida patria
polaca. La huida fue la decisión de una ávida de poder en la madre
Ana atravesó el mar Báltico con desenlace en enlace el 25 de
noviembre de 1620.
La conquista humana era la belleza,
la modestia y la inteligencia. Reina y rey retenían febriles
impulsos físicos donde la llama incendió a una niña de un año de
edad y a un niño nacido muerto. La frustración rompió la fe y
pronto la visitaría la rotura del equilibrio del ánima, envolviendo
su personalidad en posesión, neurosis, perturbación y caída del
equilibrio de la cordura.
El lujo y la ostentación material
arrendarían las arcas del estado. La coronada seccionaba su goce en
la elección de un séquito dictado en música, moda, peluquería,
artistas y artesanos del mobiliario. El odio era un contenido
recíproco en la calle y en la corte, pérdida en un clima helado y
un cobijo extraño encontró la respuesta en la actitud del daño.
Estrógenos en el feto. Los
astrólogos ascendían como en el zigurat la profecía e incluso el
sueño como de José al faraón, la reina viviría a un varón.
Estocolmo, 1626, 8 de diciembre, María Leonor de Brandenburgo
renueva la vida como volcán en lava con vello y el llanto ronco. Las
criadas alzaban la alegría con risas de adorno y el fulgor felicitó
a Gustavo Adolfo. La fuerza genital tuvo un pero. 'Confío que esta
niña me valdrá como un varón. Ruego a Dios que la guarde, ya que
me la ha dado. Será astuta porque se ha burlado de todos nosotros.'
Una hija rechazada por su madre adhería su culpa a su físico de
ébano. El desinterés era tan absoluto que negaría su presencia en
el bautismo. No encontraba consuelo materno en la degeneración de
sus genes. La recién nacida fue dada para ser amamantada por Anna
Svensson y la crianza sería colmada por criadas y doncellas.
En la inocencia del balbuceo,
misteriosos casos eran atentados interrumpidos con hallazgo de
secuelas como la molestia de las extremidades que acarrearía
Cristina tras una caída del regazo de la doncella. Tras una viga
accidentada a los pies de su cuna. Las culpas cargaban en estos
hechos a María Leonor y a Segismundo Vasa, primo hermano de Gustavo
Adolfo, en el deseo de recuperar la corona arrebatada que con la
existencia de Cristina quedaba extinta.
El rey la embriagó de dedicado a
su educación como varón, lo llevaba de paso de lista de
instrucción, de irrupción de cañón. El roce decidió la devoción
de una hija a su padre. Cuando entraba la campaña de la Guerra de
los Treinta Años el rey convalecía y temeroso de pasear con la
muerte, nombra a los Estados Generales para congregar la herencia en
la decisión de la dinastía.
El llanto del adiós cierra la
colección. El destino bélico, Pomerania, no podía prescindir de la
reina y alcanzó costa en 1630. La instrucción de la educación fue
el cuidado de Catalina Vasa y Juan Casimiro, al habito del castillo
de Stegeborg. La naturaleza sería la rememoranza. Mientras, el conde
con la perseverencia que se vuelca en la infancia, además también
adjuntó el control de las finanzas. La reina era alejada de la
economía y de la crianza pues su personalidad tendía a acabar harta
con toques de histeria y perdición del control que transformaba la
determinación en compasión.
La superstición es una sucesión de
no poder incidir en la solución. Terribles a los ojos para la
pequeña fue la ida incidida, Cristina se sintió recorrida por un
cometa y por el cauce sepultado del Motala. La educación fue
instrucción; esgrima, tiro y equitación. Alcanzó ecuestre el
bosque, colmó la ausencia maternal en afecto familiar.
1632, 6 de noviembre. La batalla de
Lützen fue el duelo del amor, cuando Gustavo Adolfo murió contra el
catolicismo de Wallenstein. Despojado, derrotado, su cuerpo
embalsamado fue velado por María Leonor hasta atracar en Nyköping.
Como Juana, se negaba a donar el cuerpo del amado a la tierra. El
arma arremetió contra la serotonina, cuando lágrimas se negaban la
lápida. La presencia del yacente, mantenedlo en el manto de inerte,
donde ella pudiera verle.
Tras la sepultura, María Cristina
era el culmen de la usura. Reina de suecos, godos y vándalos. A sus
pies, el reinado beso en mano. La reacción de subir se rindió a la
entereza, la sesión de recibir consolidó la grandeza, la prisión
fue la pueril realeza.
Después de la afrenta a la condena,
María Leonor se rebelaría por la custodia. Convertida al opaco
corazón, la madre abrió las puertas del castillo como Bernarda Alba
cerraba las puertas hasta destruir la fortaleza. Hundida en la
autoridad, su alma sólo debía procurar la actitud del luto. El año
guardó el sepulcro en el aposento al ojo negro. Finalmente, en julio
de 1634 fue entregado el cuerpo al entierro hasta posar el resto en
la iglesia de Riddarholmen, cerca del palacio de las Tres Coronas.
La vida era más llena cuando
dormía. El maltrato de su madre, el ecosistema de la muerte. Su
madre no se retenía al avasallar con control, a pesar de su ausente
amor. La mujer sin posesiones era la mujer de los dolores.
Desamortizada de la tutoría, cárcel de demencia que golpeaba a su
hija.
Ni el sabor, ni el saber ocupan
lugar. Cristina volcaba su existencia a la letra. Johannes Matthïae
asumió la educación en matemáticas, política, filosofía,
historia, teología, astronomía y filosofía por la mañana. La
tarde era idioma. Pretendida a la pregunta, le saciaba la respuesta.
El recreo era la vuelta del arma o esfuerzo corpóreo o un baile de
salón. Hasta los veinticuatro años, el inicio del nombre eterno.
Arraigada la corona, fue el anclaje en la corte al rendido de
pretendientes y sirvientes.
1636, regencia de Axel
Oxenstierna. El primer indulto fue a María Leonor, él fue la
separación. Con ella liberaba la nupcia de Cristina con Federico,
descendiente del rey de Dinamarca, ansia de unir los tres reinos en
supremacía danesa. La viuda fue ocultada en el castillo de
Gripsholm, y renegada a visitar a la pequeña tres veces al año o en
caso de indisposición anatómica. En su lugar, Catalina ocupó el
manto materno hasta que una inesperada muerte cesó y recogió el
dolor de la única persona por la que la niña había sentido amor.
La prisionera fue
epístola en dolorosa caligrafía. Reclamaba a Cristina, y ella la
redimía en desahucio archivado. Renegada a la soledad, se sucedía
en la música, consultar conclusiones de la estrella, andanzas por la
naturaleza y la literatura francesa. La vida era impedida, la huida
danesa era pedida, la alta traición era pretendida. Por esta
incisión en la calma, María Leonor tuvo que marchar a la
explicación de su desprecio al reino. Así, se procuraron dos barcos
de Dinamarca para un cambio de condición. Al ser consciente,
Cristina lloró y culpó en la humillación de un reino que no pudo
retenerla, culpa. Más pronto, María Leonor sacaría sus verdaderas
características convirtiéndose en una inquilina indeseable. Después
de movimientos en distintas residencias, se acordó mantenerla en
Prusia con financiación sueca.
Cristina criaba la
tristeza. La existencia en la corte no era poseída, era alcanzada.
Salvada por la afición, su tiempo era la esgrima, la caza y la
equitación. Culta y con potencia física asombraba a toda vista. A
pesar de su retención del conocimiento, tenía una mente inestable.
La conjunción era el pretendiente y no estaban ausentes; Federico
Guillermo de Brandenburgo, el gobernador de los Países Bajos, el rey
de España Felipe IV, Fernando IV rey de Hungría, el rey de Polonia,
el rey Juan de Portugal. Su atención se desvío a su primo Carlos
Gustavo en amorosa correspondencia. Él marchó a tropa, y su
recepción en venida aún fuera héroe nacional. Sin sumisión al
matrimonio, halló su decisión; Carlos Gustavo sería elegido para
la sucesión. Por otra parte fue nombrado coronel de guardia Gabriel
de la Gardie, Magnus Conde. Y ascendía y ascendía como consejero,
como tesorero, y ante el peso de la atracción con desconcierto fue
desposado como una hermana de Carlos Gustavo.
El amor de Cristina fue
retenida por Ebba Sparre, presentada como dueña del lecho y hermosa
interna, bella externa. Nunca cesó el primer amor; Ebba Brahe dama y
cortesana rota por la repatriación por Cristina de Holstein-Gottorp,
jueza del destierro. Y ella no correspondió, su favorita se casó
pero la correspondencia de amor nunca cesó. Y no fue la única, del
elixir del deseo sucumbió a la señora de Thianges, hermana de
madame de Montespan, favorita de Luis XIV. 1654, el aprecio de Raquel
era la ansia de intimidad, en carroza o en campestre los besos eran
lo suficiente hasta que un cumplido familiar la amonestó.

A sus dieciséis, la
salud no era su incisión. La retención de sus damas era aborrecida.
Renegando de lo que se consideraba afición femenina, era fe de
caballeros. Aplicada al Estado, le otorgaron los poderes antes de
los veinticuatro. 1644, 7 de diciembre, en asiento en trono, los
regentes eran arrodillados. La promesa ante la Iglesia Luterana
apremiaba su intromisión en la decisión del Senado, seguir el
legado constitucional y cuidar de la nobleza. Pensaban ellos que iban
a ser mantenidos, pero la realidad es que el poder era producto de lo
requerido.
Despertaba a la lectura
y al estudio, hasta que tuvo que rendirse a desvanecerse. El
insomnio, el dolor menstrual mensual, la fiebre la hundía en la
circunstancia. Fue en este momento cuando apareció Pierre Bourdelot,
un médico que la curó, y le influenció en un carácter libertino.
Perdida en la secesión de sus facultades, había abandonado a su
ser. La cura era la calma y la elección de la diversión. El milagro
tenía el apellido Bourdelot así que a él se confió. Amado por ser
el salvador de la regente, odiado por su burla al erudito en el
debate literario. Él la alejó a ella de los asuntos estatales hasta
1653 cuando abandonó Suecia a su Francia.
1650, 20 de octubre. En
la catedral de Estocolmo, hizo la costura de su coronación en la
sumisión del calor de su nación. En el palacio de las Tres Coronas,
se alzó en el altar la corona de oro que guardaría hasta el
inhumar. El cetro, el globo, la espada y la llave ya tenía irrupción
del mando, las monedas que lanzó iban de mano en mano,
Sin importar las
consecuencias de su físico, el acierto era la afiliación a irradiar
entre letras y ciencia, convertir la capital en el centro de la
cultura. Lo bélico fue un cambio a la delicadeza del conocimiento. A
la orden de la supremacía sapiencial y , expropiaban manuscritos y
libros en la conquista del lugar.
La Guerra de los Treinta
Años mataba la carne hasta que al terminar el corazón de la regente
se tornó de lucidez y obligó a un alto al fuego. Esta estrategia se
consolidó en la Paz de Westfalia con un nuevo nombre a Suecia; gran
potencia.
El interés intelectual
tenía su parada a forjar. Mecenas atenta, hasta Descartés se
implico en crear sabiduría al palacio de las Tres Coronas. Su
suposición era embellecer almas con una academia donde Descartés
sería la piedra angular. El recelo cortesano erradicaba la misión
de otorgar una plenitud cognoscible filosófica y católica. A los
cinco meses de su llegada, murió en sospecha de un veneno.
Minerva del Norte
construía un Estado implicado en la exuberancia mental. La eminencia
era dueña de la cátedra. Las eminencias eran los dueños de las
becas. Aun así, el ojo sólo miraba la intención, donde el alto
gasto olvidaba la inanición.
Católica al ser,
luterana al ejercer. Convencida en discusiones con sacerdotes,
buscaba dejar de obedecer, para dedicarse sólo a comprender. Felipe
IV de España, atento en la consideración de la mutua religión
envío a Antonio Pimentel de Prado para afianzar la fe. La admiración
fue la entrada a la construcción de un apartado español en la
Universidad de Uppsala. El punto de la conversación sería la
abdicación.
1654. Al abandono de la
salvación, pretendía alcanzar una sapiencial liberación.
Convocados los altos cargos, pedían salvar la descendencia por
precaución, porque aún fuera mérito cualquier acción.
Comprometidos cortesanos, mantuvieron un deseo de involucrarse en
continuar con la crecida del esplendor.
La resta del arca era la
recepción de la necesidad, menos al favorito real. Abrumada tras una
reunión senatorial, marchó libro de Platón en mano a la isla de
Gotland. Desequilibrio fue la decisión y residencia en Roma era el
punto final segura de sí, pero no de la feminidad para reinar.
Resuelta comenzó a
envolver pertenencia al acecho de la peste. A Gotemburgo, posesión
en carro, aplicó a la corte. Tras la discriminación de la elección
que nunca soportó, así se despidió siempre de su madre. Un año
después, descansarían sus restos en Riddarholmen.
Uppsala, 5 de junio de
1654, del atributo se desprendió en la descoronación. Carlos X
Gustavo fue la respuesta a la continuación. Ella no lo vio, decidió
pasear sola alrededor.
La marcha del paraíso
perdido era seguida por la comitiva, pero con regreso en Flottsund
como en Märsta regresó Carlos Gustavo al reinado. Cristina marchó
despojando el valor de palacio. Aunque en Kalmar le pidieron ser
escoltada, ella respondió ir sola como intrépida amazona. Unía su
aspecto a una concesión varonil, sentía que la aventura se
demostraba así. Hasta que no alcanzó hogar, no se preocupó de
atuendo de feminidad.
23 de julio, Hamburgo.
Diego Teixeria y Raquel judío de negocios, fue la guarida. Se
desenvolvió en la extravagancia, Alemania lo comentaba, Alemania se
burlaba. Vulgar, deformidad, defecto nasal, hermafrodita. Francia no
podía perdonar a España en amistad. Ningún lugar era su sitio
austeridad, decidió marchar. Amberes la salió a visitar. En
Bruselas fue la curiosidad. En la ida a Italia, Leopoldo Guillermo de
Habsburgo le mostró todo lo que coleccionaría. Por residir en el
palacio de Egmont, el inquilino tuvo que abandonar su hogar. Allí se
encontraría con huecos de su corazón; Pimentel y Bourdelot. Centro
de deseos, todos querían arrancar de ella una palabra. Acudían a
serviciales tertulias en conversación de doctrina.
Para conservar su
seguridad, pidió cuatro millones de escudo por entregar todos sus
activos. Pronto se acabaría la pensión destinada al mantenimiento
de las alturas de sus jornadas. Tuvo que cambiar el valor de la
vajilla y las joyas por liquidez.
En la noticia de renegar
del luteranismo, su reino la solicitaba con severidad. Mandatos sin
sugerencias, surtían la decisión a amonestar. Cristina siguió su
reiteración y juró por el Vaticano en una ceremonia íntima.
Inmediatamente quería respirar a los intermediarios en Italia, pero
el Papa Alejandro VII exigía que lo demostrara en un grito mundial.
Seguida por la exigencia, el acto se celebró en Innsbruck con el
séquito y sus maestros del ánima. Fue el momento que dejaría, para
Suecia, de ser grata.
1655, 20 de diciembre. El
Papa la recibió en gran acontecimiento. Ofrecida en casa sagrada, su
alojamiento era en la Torre de los Vientos. 23 de diciembre, la
entrada al triunfo fue por la Porta Pertusa cerrada desde que Carlos
V dio el paso. El emperador y el alto cargo dio el recibimiento. Una
estatua ecuestre andante admirada llegaba hasta San Pedro. Tanto
fervor era porque la religión la corroboraba como ejemplo. 25 de
diciembre, Cristina comulgaba la confirmación.
El palacio de Farnesio
era su alojamiento en una estancia donde todos apreciaban los
recovecos de su conocimiento. Todos daban sus honores y pronto el
Vaticano tendrían recelo de sus excesos. Entre exigencia y entrega,
la religión era a su manera. A pesar de ser querida en muestras, la
soledad no la amansaba. Visitaba lo sagrado como artístico y no como
prelado. Determinada a vivir excentricamente, en gastos en
competición con las fortunas romanas ella no escatimaba.
El palacio de Farnesio se
había convertido en el epicentro del robo. Así, el duque de Parma
pidió explicación y represalias al Pontificado. Convirtió el
matrimonio en adulterio. Sus piernas se abrían en faldas como un
varón. Pausaba con crítica las obras de teatro. Negaba la oración
y la reliquia en adoración. Alejandro VII comenzó a perder sus
sentimientos.
Una alma gemela hace que
dejes de fijarte en ti para fijarte en ella. Decio Azzolino tenía
treinta y dos años de edad cuando convertiría a Cristina aún más
intensa.
Un viaje de biografía se
había iniciado, a pesar de la gran amenaza del enemigo turco marchó
a Lyon. A los nueve días se enamoró como nos embelesamos con Diana
en el baño. Comenzó a cortejarla, a desear cambiar de sexo, a
anhelar besarla al completo.
Siguió su travesía vía
parisina. Allí comulgó en Notre Dame donde todos fueron testigos de
como lo sacro le daba igual. Visitó los enclaves literarios, durmió
en el Louvre como si fuera la entrega de un mecenazgo.
La visita circuncidó
Compiègne, rumbo a Luis XIV. Allí iluminó al gobierno de Mazarino.
Ella quería demostrar su ardid en la batalla, como su padre que
nunca fallaba. Su mano en el Universo en Napolés estaba. El interés
de Luis XIV deseaba, su curiosidad en la estrategia. Para ello
viajaron a Chantilly, a la mansión de Le Fayet. Cristina arribó con
el cardenal y el duque de Guisa. Comenzó la afrenta. Mazarino la
propuso como reina de Napolés, si el sucesor era el duque de Anjou,
hermano menor de Luis XIV. Firmó el inicio, las tropas estarían a
su permiso.
La peste romana desviaba,
pasó su descanso en el palacio Pesaro en el Adriático. Desde allí
ansiaba las bélicas órdenes, pero parecía que el gobierno francés
la había entregada al olvido. Mazarino se entregaba a otros asuntos
e intereses, como una alianza contra España con Inglaterra. Él no
podía perder el compromiso así que la hundió en la ilusión. Ella
pidió del atuendo la confección. Pero lo inesperado se revelaba;
España sabía el plan. Empezó a desconfiar de su séquito hasta que
pudo saber que era Monaldesco que dio crimen al crimen en la
ejecución. El odio patriótico circuló contra Cristina, todos
agregaron a su mente leyendas negras.

1658, 18 de mayo. Negaba
el Papa su vuelta tras ser Caín en Francia. El modelo se había
convertido en un excremento. Fue Azzolino quien la ayudó a recuperar
su reputación. Finalmente, se le adjudicó en una residencia en el
Trastevere y una renta anual para cumplir cualquier pensamiento
emergente. Azzolino curó sus deudas y la determinó en los daños de
sus detractores. A pesar, su financiación no era inversión. Vendió
diamantes a Mazarino, a Suecia en guerra con Polonia reclamó. Fue la
época que Carlos Gustavo por el alcohol murió. Hubo de marchar a su
país pues el heredero era menor y enfermizo, allí quería firmar un
acuerdo para continuar la sucesión.
El pueblo la recibió con
compasión, el consejo con aversión. El conde Magnus de la Gardie le
declaró la fuerza del odio. Y no cesó cuando instaló una capilla
en el palacio de las Tres Coronas presidida la misa por un
eclesiástico italiano. No tardó el rechazo luterano al que
respondió afirmando su sitio en el trono. Todo se le negó.
Forastera soberana, sus
sueños fueron maltratados. A pesar de la animadversión, decidió
instalarse en el castillo de Norrköping a expensas del fallecimiento
de Carlos XI. No sucedía y en la primavera de 1661, sucedió marchar
a Hamburgo. Desde allí, comenzó a adoptar una actitud mesiánica
dirección a la tolerancia. Con ello, sería reconocida como
salvadora de los judíos de Roma a la que volvió en 20 de junio de
1662.
1666, no aprisionaba su
cuerpo en lugar de eternidad. Atormentada, sabía que algunos
guardaban una fidelidad parental. Regresó a concordar una situación
real, pero cambió la enfermedad del regente a ella; gripe y
migrañas. A finales de enero, se renueva su vitalidad.
Al conocer la noticia de
que en el mes de mayo, se realizaba un nuevo consejo en Estocolmo.
Acude para conseguir una inestabilidad económica con la condición
de no ser partícipe de la sesión y de no estar acompañada por
intermediarios cristianos. Aún impedida, viajaba con un sacerdote
directo a la expulsión. Cualquier apoyo acabó.
Junio, 1667. Fue lo
último que surcó el paisaje sueco. En la trayectoria, muere
Mazarino y Alejandro VII. Toda seguridad se desvanecía. Ávida de
corona intentó conseguir el trono de Polonia después de que la
muerte Juan II Casimiro Vasa. Nada. Regresó a Tierra Santa.
Su llegada por la Porta
del Popolo seguida de un banquete del Quirinal. Se instaló de nuevo
en el Trastevere. Clemente IX se ocupó de mantener su economía y la
convirtió en la reina de Roma sin corona. La muerte de Clemente
tendría la continuación de Clemente X, que intentó no inmiscuirse
en la intensa vida intelectual de Cristina. Por otra parte, Carlos XI
intentó anestesiar su relación y aumentó sus ingresos con erarios
públicos y le permitó arrendar la tierra.
Consiguió que el Palacio
Riario brillara de conocimiento. Llena de admiración, funda la
Academia Real, lo que hoy en día es la Academia Arcadia. En el
salón del trono, creo la Academia de las Artes y las Ciencias con
laboratorio y observatorio. En Roma, fundó la posibilidad de la
actriz y el cobijo del actor.
Carlos XI sufrió un
accidente de caballo cuando era un intrépido guerrero. Nuevamente,
pidió el derecho de parentesco para el trono. Pero nada ocurrió, el
soberano se curó y recibió un descendiente varón.
Clemente X fue sucedido
por Inocencio XI. Su autoridad, a pesar de su pasado cultural,
prohibió la representación cultural. Riario se convirtió
prácticamente en un lugar de clandestinidad.
Luchadora por una
satisfacción propia y social, la edad empezaba a escasear. Ante la
vejez o la muerte, prefería dejar de ser relevante. La enfermedad
comenzó a envolverla y los cánticos de su cura se convirtieron en
recaídas. Fecundó el testamento directo a Azzolino. La etxtrema
unción de la absolución cuando el 19 de abril falleció a los
sesenta y dos. No me exhibáis, completarme en una sencilla ceremonia
y guardarme en el Panteón. Sólo la muerte cumplió, una ostentosa
ceremonia la despidió y fue enterrada en el Vaticano, en la cripta
de San Pedro con honor de pontificado. Rezó así la función del
epitafio;
'He nacido libre, he
vivido libre y moriré libre.'